artwork > De luce et umbris (1993-95)

S/T, 1993-95
Papel baritado con reducción parcial virado al selenio
33x58 cms
S/T, 1993-95
Papel baritado con reducción parcial virado al selenio
40x49 cms
S/T, 1993-95
Papel baritado con reducción parcial virado al selenio
42x50 cms
S/T, 1993-95
Papel baritado con reducción parcial virado al selenio
28x28 cms
S/T, 1993-95
Papel baritado con reducción parcial virado al selenio
35x35 cms
S/T, 1993-95
Papel baritado con reducción parcial virado al selenio
38x38 cms
S/T, 1993-95
Papel baritado con reducción parcial virado al selenio
38x38 cms
S/T, 1993-95
Papel baritado con reducción parcial virado al selenio
48x48 cms
S/T, 1993-95
Papel baritado con reducción parcial virado al selenio
48x48 cms
S/T, 1993-95
Papel baritado con reducción parcial virado al selenio
38x38 cms
S/T, 1993-95
Papel baritado con reducción parcial virado al selenio
38x38 cms
S/T, 1993-95
Papel baritado con reducción parcial virado al selenio
23x29 cms
S/T, 1993-95
Papel baritado con reducción parcial virado al selenio
20x29 cms
S/T, 1993-95
Papel baritado con reducción parcial virado al selenio
28x38 cms
S/T, 1993-95
Papel baritado con reducción parcial virado al selenio
36x48 cms
S/T, 1993-95
Papel baritado con reducción parcial virado al selenio
35x58 cms
S/T, 1993-95
Papel baritado con reducción parcial virado al selenio
35x58 cms
S/T, 1993-95
Papel baritado con reducción parcial virado al selenio
35x58 cms
S/T, 1993-95
Papel baritado con reducción parcial virado al selenio
35x58
S/T, 1993-95
Papel baritado con reducción parcial virado al selenio
38x38 cms
S/T, 1993-95
Papel baritado con reducción parcial virado al selenio
38x38 cms
S/T, 1993-95
Papel baritado con reducción parcial virado al selenio
40x58
S/T, 1993-95
Papel baritado con reducción parcial virado al selenio
28x28 cms
S/T, 1993-95
Papel baritado con reducción parcial virado al selenio
35x58 cms
S/T, 1993-95
Papel baritado con reducción parcial virado al selenio
40x58 cms
S/T, 1993-95
Papel baritado con reducción parcial virado al selenio
32x58 cms
S/T, 1993-95
Papel baritado con reducción parcial virado al selenio
32x58 cms
S/T, 1993-95
Papel baritado con reducción parcial virado al selenio
32x58 cms
S/T, 1993-95
Papel baritado con reducción parcial virado al selenio
32x58 cms
S/T, 1993-95
Papel baritado con reducción parcial virado al selenio
32x58 cms
S/T, 1993-95
Papel baritado con reducción parcial virado al selenio
32x58 cms

("Bosque" es el nombre que hemos dado al lugar de la libertad. -Ernst Jünger, La emboscadura)

Cristina Zelich: De Luce et Umbris.
En un principio, hombre y naturaleza formaban un todo indivisible. El hombre vivía en simbiosis con el entorno natural, pero a medida que empezó a volverse sedentario y a cultivar la tierra se produjo una ruptura. Nacieron dos territorios claramente diferenciados entre un territorio civilizado y un territorio salvaje. El bosque formaba parte de dicho territorio salvaje que se extendía fuera del control humano, pero no por ello deja de tener un papel primordial en las creencias y en las economías de las culturas primitivas.
El bosque constituye el lugar mítico por excelencia. Es escenario de ritos y cuna de leyendas. Este carácter mítico del bosque es el denominador común de diversas culturas alejadas entre sí, tanto desde el punto de vista geográfico como temporal. El bosque se presenta a lo largo de la historia como un espacio secreto de significado ambiguo ya que, al mismo tiempo, se le considera refugio y lugar ignoto y amenazador. En la Europa medieval, a pesar de que el bosque real -tal y como señala Paul Zumthor (1)-, hacia 1250, 1300, estaba casi totalmente controlado, vigilado y administrado, también servía como escondrijo a los proscritos, obligados por el poder establecido a abandonar el territorio civilizado. Pero al mismo tiempo era la morada voluntaria de los eremitas que en él se adentraban buscando un lugar propicio para la meditación. Además de eremitas y proscritos que habitaban el bosque de forma permanente, los hombres de pueblos y ciudades -leñadores, recolectores de bayas y setas, cazadores, etc.- continuaron durante siglos manteniendo una relación más o menos estrecha con el bosque. Ni que decir tiene que cada uno de ellos tenía una percepción distinta del bosque, determinada por la actividad que en el desarrollaban. Sólo cuando el bosque deja de tener importancia para su supervivencia, el hombre fue capaz de percibirlo de un modo totalmente distinto.
Hoy en día hablar del bosque como de un territorio salvaje, sobre todo en Europa, no tiene prácticamente fundamento. Sin embargo, el bosque sigue encerrando esa idea de redención y purificación para quien en él se adentra poniéndose en contacto con la naturaleza "incontaminada". Siguen siendo válidas para el hombre occidental contemporáneo, en su gran mayoría habitante de ciudad, las palabras de Thoreau (2) que en sus escritos denunciaba la sensación de pérdida y de alienación que transmite el contexto urbano, apuntando la necesidad de conservación de la "wilderness" como complemento de la vida civilizada. La conservación, en oposición a la explotación -decía Thoreau-, es algo perentorio tanto para el colono como para el poeta y el filósofo ya que el nutrirse en la fuente primigenia de la naturaleza es esencial para el cuerpo y para el espíritu.
En la tradición pictórica occidental, la representación de la naturaleza salvaje encuentra su punto álgido con el romanticismo. La representación idílica de la naturaleza como trasfondo para escenas de la Arcadia, en boga en la pintura del s. XVII, es sustituida en la pintura romántica por una representación de los propios símbolos de la naturaleza. Tanto en Friedrich como en Constable, "las formas de la naturaleza hablan directamente cuando se libera su fuerza al ordenarlas en la obra de arte" (3). El hombre aparece como espectador de esa naturaleza impregnada de emoción.
Desde hace ya varios años, se han ido desarrollando en el arte contemporáneo distintas corrientes -Land Art, Earth Work, Body Art, etc.- que apuntan todas ellas, en su investigación plástica, hacia una aproximación a la naturaleza y a las mitologías y rituales ligados a ella. Se podría hablar de intento de recuperar las imágenes primordiales que poblaban la vida del hombre en sus orígenes. La ciencia, en parte, es responsable de la perdida de la identidad mística del hombre con la naturaleza y, tal y como apunta Colette Garraud (4), "sin duda el fin de la creencia haya colocado al hombre frente a un sentimiento insostenible de finitud y la búsqueda de una relación empática con la naturaleza, a través de modelos primitivos, aparece como posible. El pensamiento animista por ser totalmente ajeno a nuestra cultura ofrece un modelo teórico de apertura sobre el mundo natural."
En fotografía, uno de los autores que mejor se adapta a este discurso sea el alemán Dieter Appelt (5), artista cuya trayectoria parte del body art, que representa ante la cámara antiguos ritos primitivos o bien se autorretrata en lugares con una fuerte carga mítica, como por ejemplo los alineamientos de megalitos de Carnac o la selva del Yucatán. Tanto la fotografía americana como la británica cuentan con importantes ejemplos de autores interesados por la naturaleza. Quizás los más representativos en cuanto al modo de entender la fotografía de la naturaleza sean Ansel Adams, en Estados Unidos, y John Blakemore, en Gran Bretaña. Adams fotografió durante buena parte de su vida los grandes espacios naturales protegidos de su país con un evidente afán de celebración de las bellezas naturales, rememorando al mismo tiempo el espíritu de los pioneros que por vez primera se adentraron en los territorios salvajes. Para Blakemore la imagen fotográfica debe servir tanto de celebración del paisaje natural como de metáfora de su respuesta personal y de su conexión con ella.
Otro autor que viene de la tradición fotográfica americana es Thomas Joshua Cooper (6). Cooper, que lleva varios años viviendo en Escocia, se siente fascinado por los mitos y leyendas nórdicos en los que el bosque ocupa un lugar central. Sus imágenes funcionan más como revelaciones que como simples documentos de un lugar determinado. Este interés hacia mitos y ritos de la tierra imprime un carácter especial a su obra alejándola tanto del paisajismo americano como del británico.
El trabajo de Javier Ayarza, De Luce et Umbris, esta seguramente en consonancia con el trabajo desarrollado por Cooper y con algunos aspectos de la obra de Dieter Appelt. Sin duda su trabajo está lejos de clichés románticos o de actitudes ecologistas: no busca una evocación nostálgica del pasado ni pretende denunciar la degradación del espacio natural debida a la acción del hombre.
También para Ayarza, el bosque es el lugar mítico por excelencia. Lugar secreto, sembrado con sus propios símbolos que se manifiestan no tanto en sus elementos más espectaculares como, en aquellos más humildes. En un trabajo anterior, Ayarza fragmentaba fotográficamente troncos de árboles para después reconstruirlos a modo de tótems. Aquí el trabajo tiene un sentido más globalizador
El bosque despliega su propio grafismo, hábilmente subrayado mediante el encuadre fotográfico. En algunos casos este grafismo, creador de símbolos, viene reforzado par la acción directa del autor que pinta de blanco en la realidad aquellos elementoss que desea resaltar. 0 bien, al final del proceso fotográfico, interviene químicamente sobre la copia final. Este modo de trabajar con el medio, fotográfico, hace que la obra de Ayarza se distinga claramente de la de Cooper el cual defiende un cierta tradición de purismo fotográfico. Las intervenciones de Ayarza van en la dirección de reforzar un concepto y por ello no tiene reparos en reencuadrar el negativo si con ello consigue el resultado plástico que persigue. De la misma manera debe entenderse el use de distintos formatos y el agrupar imágenes, en cierta forma reiterativas, para abundar en una determinada dirección, enfatizando una idea y obligando al espectador a acercarse o alejarse de las fotografías para su observación, planteando relaciones más o menos intimistas.
La visión del bosque que nos ofrece Ayarza es la de un espacio cerrado sobre sí mismo, sin línea de horizonte, espacio atemporal en el que sobresale su valor simbólico. Su visión se aproxima a la del recolector que se adentra en el bosque siguiendo senderos abiertos entre la maleza por los animales. Pero su representación del bosque no tiene nada de apacible sino que más bien recrea el caos primigenio. Lugar en sombra recorrido por relámpagos de luz que hacen brillar ramas y hojas, convirtiendo la imagen de la realidad en una abstracción próxima a la escritura. Relámpagos de luz que son como el despertar de una conciencia primordial.
El bosque de Ayarza es el bosque inmemorial, el de la vida mítica de la que todos, aun sin saberlo, somos portadores. Bosque encantado, donde el temblor de las hojas parece testimoniar presencias incorpóreas, materia prima de leyendas y mitos.
(1) Paul Zumthor. La medida el mundo. Ediciones Cátedra, Madrid, 1994, pig. 67.
(2) Henry David Thoreau. Canuninare, Ed. SE, Milano, 1989.
(3) Charles Rosen y Henri Zerner. Romanticism° y Realism°. Ed. Hermann Blume, Madrid, 1988, pag.67
(4) Colette Garraud. L'idee de nature dans l’art contemporain. Ed. Flammarion, Paris, 1993, Pag, 73.
(5) Varios autores. "Dieter Appelt" en Imatge Primordial. Generalitat de Cataluyna, Departament de Cultura, Barcelona, 1991.
(6) Thomas Joshua Cooper. Between dark and dark. Ed. Graeme Murray, Edinburgh, 1985; Dreaming the Gokstadt. Ed. Graeme Murray, Edinburgh, 1988.
Cristina Zetich; Salamanca, noviembre de 1995
(publicado en: Javier Ayarza; De Luce et Umbris; Centro de Fotografía de la Universidad de Salamanca, Col Campo de Agramante; 1995).