Geografía; Galería Fúcares (Almagro). Del 16 de marzo al 4 de Mayo de 2019
Territorio, geografía y paisaje
-Desplazamientos semánticos y alteraciones de sentido en la obra fotográfica de Javier Ayarza-
“¿Qué es lo universal?
El caso singular.
¿Qué es lo particular?
Millones de casos.”
J.W. Goethe, Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister
El segundo significado que de la palabra geografía encontramos en el diccionario de la Real Academia hace referencia al “conjunto de características que conforman la realidad física y humana de una zona o de un territorio”. Esta segunda acepción sería la continuación lógica de la traducción de geografía que, del griego pasando por el latín, llega a nosotros como la abstracta realidad de lo que prosaicamente entendemos como “descripción de la tierra”. Esta muestra de Javier Ayarza (Palencia, 1961) se titula precisamente Geografía, y es, en esencia, una interpretación –creativa, artística, simbólica, sentimental y crítica (en su sentido sociológico)- del territorio geográfico en el que ha nacido y vive el artista. Especialmente los pueblos que se encuentran en las solitarias llanuras y cerros, plásticamente muy bellos, que conforman la Tierra de Campos y el Cerrato castellano y leones. Pero no adelantemos acontecimientos, o no hagamos “spoiler”, como se dice ahora, es decir no anticipemos la trama (bella expresión en nuestra lengua del vocablo inglés recién citado) de unas obras, las aquí expuestas, que con segura y arrogante nobleza fotográfica tienen mucho de encuadre cinematográfico, de primeros planos, medios y generales, e incluso también de la sofisticada lectura fotográfica que del travelling realiza nuestro artista, desplazando el objetivo de la cámara para acercarla o alejarla al objeto (o al sujeto, como en series anteriores) que se desea filmar/fotografiar. Y sigo hablando más de la cuenta, sin respetar las secuencias de este estupendo “storyboard” creado por Javier Ayarza para su magnífica película (documental) que ahora podemos contemplar.
Geografía es un vasto proyecto artístico de más de 3.000 imágenes, y desarrollado en el tiempo dilatado de una experiencia de vida creativa, así como en el espacio físico y sentimental donde se manifiesta y expresa esa misma experiencia de vida. Las obras expuestas para esta ocasión son una pequeña (relativamente) selección de esas imágenes, y agrupadas en siete capítulos, cada uno de ellos centrado en lo que yo calificaría como un concreto “objeto de pasión”. Dichos elementos de especial y neurótica obsesión (en su interpretación, por supuesto, más noblemente artística) serían: Antenas, Prohibido escombros, Apeaderos, Venta ambulante, Buzones, Tablón de anuncios y Tótems informativos. Estos argumentos estructurales han sido instalados en las paredes de la galería a modo de grandes murales, y teniendo como plausible referencia intelectual, que no formal, los grandes lienzos iconográficos de expansiva multiplicidad creados por el historiador alemán Aby Warburg, pero de no menor relevancia sería la particularidad de que es más correcto hablar de estos murales como estratégicas y muy estudiadas “cuadrículas”, entendidas ellas como estructuras formales de una cierta “razón de vanguardia” en su sentido de lógica deductiva, y ciertamente también en función de la razón semántica que posee todo objeto que se presenta a sí mismo como valedor de su propia sustancia icónica. Estos elementos fotografiados por Javier Ayarza son realidades, ciertamente y a su manera de “civilización”, pero realidades que conforman sobre todo un “principio de realidad” a partir, precisa y paradójicamente, de que la acción fotográfica convierte toda absoluta realidad en Signo. En señal ambivalente, en vencida representación, en presencia que se acerca peligrosamente a la ausencia. En definitiva, convierte el objeto fotografiado en una escritura.
Todos los elementos fotografiados por Javier Ayerza se manifiestan como hechos inscritos en una determinada utilidad pública. Pertenecen a una acción en la que se encadenan causa y efecto en una secuencia de analogías formales, de similitudes de función y contenido, de analogías expresivas, de equivalencias en su realidad expresiva. En todas y cada una de las familias expuestas se establece lo que se puede definir como el diferencial mínimo que existe en toda forma equivalente, si bien manteniendo la defensa icónica de la singularidad de todas y cada una de las mudas realidades que el autor ha tenido a bien “dar a luz”, al presentarlas como una afirmativa excepción dentro de esa vasta y generosa hermandad. Ahora bien, ese innegable parentesco de función e identidad se debe a una premisa que el artista no desea que pase inadvertida: que no existe ninguna expresión artística que no esté fuertemente influenciada por un fuerte subjetivismo (herramienta utilizada por el artista), pero siempre y cuando ese “subjetivismo” no esté tan vulgarmente enfatizado como para empobrecer la dimensión singular de todas y cada una de las fotografías que nos muestra. Entonces, ¿dónde radicaría ese “diferencial mínimo existente”? Pues en las diferentes geografías que Javier Ayarza ha sabido muy bien presentar, tanto como en la diversa luz contenida en el día y la hora donde fueron atrapadas esas realidades utilizadas por comunidades que están formadas por la singularidad única e irrepetible de todo ser humano. Para decirlo en corto: estos signos son indefectiblemente ontológicos, pues la humana realidad que los utiliza les transfiere un plus de doliente y ciertamente humana presencia.
En el primer párrafo de este escrito me he referido a que está presente, de una manera muy sutil y refinada, una posible idea del travelling en muchas tomas y encuadres de las diferentes secciones que, en esta exposición, conforman Geografía. Para ello haré referencia a una famosa anécdota –más bien un documento histórico y cultural- que tiene a un famoso director de cine como su principal protagonista. Fue cuando Jean-Luc Godard expresó que el travelling es “una cuestión moral”. Sin entrar en similitudes reduccionistas ante un parecido ejemplo, sí que me apropio de esta cualidad –la moral como respetuosa manifestación de la siempre necesaria decencia artística- para referirme a la manera tan cuidadosa con que Javier Ayarza se aproxima a estas realidades (recordemos: Antenas, Prohibido escombros, Apeaderos, Venta ambulante, Buzones, Tablón de anuncios y Tótems informativos) con el mismo y pausado movimiento de cámara que acompaña una determinada acción de una película o a uno o varios personajes en su recorrido. Ahora bien, ese sensible movimiento de aproximación (eso es, en puridad, un travelling) es realizado por Javier Ayerza incorporando en un elegante y discreto “fuera de campo” a ese humano paisaje que vive en torno a estas silenciosas realidades fotografiadas. De ahí, que incluso me atrevo a calificar Geografía como diversos y diferentes elementos estructuradores de sentido, como situaciones donde una segura abstracción representacional no oculta (ni quiere ni lo desea) la profunda ontología figurativa de estas imágenes. Estas obras conforman, tal como aquí están presentadas, un raro y hermoso territorio dominado, se diría, por un noble y obsesivo don de la ebriedad, haciendo nuestro el título más famoso de un gran poeta de estas soledades, el zamorano Claudio Rodríguez.
Luis Francisco Pérez
Madrid, Marzo 2019